Hablar de Alex Proyas, es hablar de un solo de guitarra partiéndonos en dos a la luz de la luna. Este australiano nacido en Egipto y de padres griegos, es culpable de muchas cosas, de entrada y por poner un ejemplo banal a modo personal, de que en mi armario uno solo pueda encontrar ropa negra. Y es que Proyas, adapta a la gran pantalla en 1992, el cómic de James O´bar
“The Crow” (“El Cuervo”), película que terminaría influenciando a toda una generación y que con el paso de los años se convertiría en pieza de culto del cine fantástico pese a que en su momento, no gozó de las simpatías del núcleo duro de seguidores del cómic original y que, tristemente, siempre será recordada por la desafortunada muerte durante el rodaje de su actor principal, Brandon Lee.
6 años después de inmortalizar la venganza de Eric Draven y ya con todos aquellos adolescentes reconvertidos al goticismo algo más creciditos, el australiano pone sobre la mesa su nueva obra, esperada por muchos como agua de Mayo, un thriller de ciencia ficción de título: “Dark City”, cinta enormemente perjudicada en su día por una nefasta distribución comercial por parte de New Line Cinema, condenándola a un inmerecido anonimato que la hizo pasar de puntillas por las salas de nuestro país. Sobre ella no comentaremos mucho ahora, pues los mas avispados ya habrán discernido del título “Crítica: Dark City”, que lo haremos con un poquito más de profundidad unas líneas mas abajo.
En 2004, Proyas se casca una nueva adaptación, esta vez de la obra literaria homónima, “Yo, Robot” de Isaac Asimov, superproducción con el popular Will Smith al frente que tampoco terminó de convencer a los seguidores de Asimov, lo cual, personalmente me suda bastante la polla porque yo (que a este señor solo lo conozco de oídas), flipé como un maldito gorrino revolcándose entre la mierda de origen palomitero excretada por todos aquellos que se acercaron en masa a calentar butaca en el cine. Una emotiva epopeya épica de ciencia ficción sobre un futuro distópico donde máquinas y hombres convivían en (supuesta) harmonía y que seguía profundizando en el mismo concepto de su anterior film, el alma, aquello que nos hace humanos.
Sería en 2009 cuando Proyas, ya con la vitola en el brazo de cineasta de culto, se casca la apocalíptica y a todas luces decepcionante “Knowing” (“Señales del Futuro”), film ni mucho menos acorde con la calidad del resto de su filmografía, menos personal y demasiado enfocado al gran público (o taquilla) con un ya decadente al frente, Nicholas Cage, en lo que venía a ser una actualización del mito bíblico de el arca de Noé en clave de ciencia ficción que no terminó de gustar a nadie, a mi, el primero.
“Al principio, había oscuridad, luego llegaron los ocultos. Eran una raza tan vieja, como el tiempo, habían llegado a dominar la última tecnología, la habilidad de cambiar la realidad física solo con su voluntad. Llamaron a esa habilidad, sintonización.”
Todos recordamos ese plano inicial de “El Cuervo”, con nuestro estimado congénere sobrevolando una siniestra ciudad en llamas al son de la cálida voz de Sarah, grabando ésta, incandescentes frases para el recuerdo en lo más profundo de nuestra oscuridad. Muchos crecimos EN aquella ciudad. Muchos crecimos CON aquella ciudad. Muchos crecimos POR aquella ciudad. Muchos morimos, para luego RENACER en aquella ciudad. Aquella ciudad estaba muerta. Aquella ciudad tan solo albergaba muerte. Aquella ciudad era una oda a la muerte y a todo aquello que esta siempre ha representado, representa y representará. Pasado, presente y futuro. El dolor, la pérdida, el vacío, la soledad. Es curioso pues, como Proyas, desgarra la tierra para agarrar los cimientos de su propia creación con sus manos desnudas, ensangrentadas y le da la vuelta completamente poniéndola del revés para volver a clavarla con firmeza, con precisión en el mismo lugar. Morir y renacer. La ciudad sigue siendo igual de siniestra, igual de oscura, pero es diferente, algo ha cambiado, la muerte se ha marchado. Y es que si los padres poseen el don de otorgar la vida, Proyas aquí lo hace y no porque yo lo diga, mas por que esta ciudad está viva.
La ciudad de “Dark City”, obra de arte concebida por Richard Hobbs, es un escenario macabro, pero orgánico, interactivo, siniestro ecosistema en constante ebullición, frenesí de insignificantes vidas que se apelotonan jugando a vivir en una oxidada y decrépita casa de muñecas, maleable como el hierro en la forja a voluntad (y al son de la grandiosa banda sonora compuesta por Trevor Jones) de una mente superior, de una inteligencia que se nos escapa y que pese a su grandeza, a su infinito conocimiento, a su sofisticada tecnología, es incapaz de comprender los entresijos, los secretos de la mente humana, de hallar las respuestas que necesitan para mitigar el dolor de su propia decadencia mientras nos observa con curiosidad extrema, nos analiza cual ratas de laboratorio dentro de un laberinto bajo la intensa luz de un flexo.
Desconociendo que, lo que nos hace humanos, lo que buscan de forma desesperada y se les escurre de las manos, lo que nos otorga la tan ansiada individualidad, no se encuentra en nuestra mente, sino en nuestra alma, eh ahí el nexo.
Sueño. Detestan la humedad y con ella, paradojas, todo comienza. En una sucia habitación de hotel, bajo el hipnótico movimiento de una vieja lámpara, el agua rebosa los límites de la bañera, de la consciencia, ni rastro de la sapienza. Nuestro hombre, desconocido para nosotros, desconocido para él mismo, despierta de su húmedo sueño y se incorpora, desnudo, vacío, tan solo acompañado por su reflejo en un espejo, el reflejo de un desconocido. Duda, cábala, lo intenta al menos, se viste. Cae la pecera, agoniza el pez. Se apiada, lo rescata, lo salva. Recuerdos. El sol, la playa, el mar. Suena el teléfono. Una voz, un faro en la oscuridad. “Van a ir a buscarle, debe, marcharse ahora” le dice. Se lo explica TODO. Una revelación. Siniestra. El cuerpo desnudo de una mujer, sangre, muerte, muerta. Un cuchillo manchado de sangre. ¿Quién eres? Nos preguntamos. ¿Eres tu el asesino? Ya veremos. Ya veréis (para ser más preciso), si acaso aun no habéis visto.
Una llave, una maleta, unas iniciales. El desconocido da un salto de fe y se enfrenta a la infinidad del vacío, hace caso a la voz que se esconde tras la desconcertante llamada, cuando no tienes nada, te aferras a lo que sea, a lo que puedas. Abandona la habitación. Era cierto, ellos llegan, tres siniestras (también) figuras, pero tarde. Ya se ha marchado, solo queda el pez, ajeno a todo. Feliz. Baja al vestíbulo del hotel, todos duermen. Todos. De repente, todos despiertan. Todos. El tipo de recepción le dice que debe dinero, que ya lleva tres semanas hospedado. ¿Tres semanas? Se extraña el extraño. Sale del hotel, elimina las pruebas. Belleza. Una canción. Sensualidad. Un nombre. El eco de un recuerdo. Señor J, algo… Murdoch. Una cartera olvidada le rescata (en parte) del olvido. La desea, la necesita, la quiere. Sintoniza. SINToniza. ¿SINTONIZA? Una prostituta, le rescata (y van dos) de la policía. La cuestión: ¿Salvadora, víctima, ambas?
Estos son a grandes rasgos (en lenguaje chanante), los primeros 12:23 minutos de “Dark City”, ahora si, película que nos ocupa. ¿Un género? Vaya, me gusta que me hagas esta pregunta, pues no tengo respuesta ¿Por qué siempre las mejores preguntas son aquellas que carecen de respuesta? Bueno, me voy a mojar (humedad mala). Por si me preguntan (que lo han hecho), diría que “Dark City” es un thriller psicotrónico de ciencia ficción con achaques (varios y todos ellos convulsos) de cine negro. Esta es la mejor definición que puede dar alguien tan cortito como un servidor que está y estará, eternamente agradecido a New Line Cinema por la genial idea gestada por estos de imponerle en su momento, al señor Alex Proyas, “algunas” de las clarividentes revelaciones realizadas por el personaje del Dr. Schreber (Kiefer Sutherland), tras visionar la película terminada, pues, según ellos, esta, era de tal complejidad, que difícilmente podría ser comprendida por el espectador medio de a pie (como se hubiese agradecido en su momento, que a la productora de “Matrix” se le hubiese pasado por la cabeza algo parecido).
Y ya que hablamos de “Matrix”, tenemos que hablar de influencias. Mucho se ha hablado (hablamos, hablar, hablado) de si la obra maestra de los hermanos Wachowski es en realidad, un plagio de la película de Proyas, tantas biliosas conjeturas paranoicas se han dejado refluir de las entrañas de aquellos que no terminaros de empatizar con las desventuras apocalípticas del elegido y su troupe, que uno, al final, incluso termina dudando. En cualquier caso es bastante descabellado pensar que algo tan grande como fue “Matrix” (a todos los niveles), pudiera gestarse en tan escueto margen de tiempo, pues no olvidemos que el mismo transcurrido entre el estreno de “Dark City” y el de la primera entrega de “Matrix”, fue de apenas un año. Dicho esto, también decir que el ser humano es una criatura harto influenciable (unos más que otros) y las influencias o inspiraciones han estado, están y estarán (pasado, presente y futuro), a la orden del día. Sin ir más lejos, “Dark City”, en toda su mística y en toda su grandeza, no deja de beber de conceptos ya expuestos con anterioridad. Sin ir más lejos, el ídem de los recuerdos artificiales que yo recuerde (sin artificios), ya se había tocado con suma pasión en una tal
“Blade Runner” primero, y en una tal “Gattaca” después. Al igual que la idea de observar sobre el terreno y en secreto a una sociedad, por parte de otra técnicamente más avanzada, bien para su estudio, bien para explotar sus recursos. De esto, también tenemos ejemplos. Sin duda, a los “trekis”, les vendrá alguno que otro a la cabeza, como aquel “Who Watches the Watchers?” (“¿Quién vigila a los vigilantes?”) de la serie “Star Trek: La nueva generación” o, sin abandonar la mítica franquicia, aquella otra película (grandiosa, por cierto): “Star Trek: Insurrection”.
Quiero decir con esto, que desde que el mundo es mundo, las influencias van y vienen en todas direcciones y que tachar a “Matrix” de copia de “Dark City” es tan ridículo como tachar a esta de lo propio de “Blade Runner”. Con esto (y me repito) tan solo quería dejar claro mi posicionamiento a este respecto y no, lo juro, darle más sazón a este refrito.
Pues eso, que en realidad no hacía falta hombre, que no es tan fiero el lobo como se pinta, no tan compleja la historia. Tampoco lo creyó así Proyas (que imposiciones a parte), el cineasta quiso decir la suya años después con la inevitable “Director´s Cut” de su película, versión alternativa a la que se pudo ver en cines y en la que se suprimió el didáctico prólogo del Dr. Schreber donde explicaba el origen de los ocultos y algún que otro monólogo suyo para demostrar al respetable que si se quiere, se puede (entender, digo). Para compensar esto y para darle algo más de encanto a esta versión, fueron añadidos diez minutos extras repartidos a lo largo del metraje, porque cuan triste y poco seductor habría sido sino, gastarnos los cuartos en dicha edición.
Y es que el mensaje de “Dark City” es claro y directo, aunque engañoso también. Me explico. ¿Cuál es dicho mensaje? Fácil. Que aquello que nos hace únicos, aquello que nos define como individuos, no se encuentra en el interior de nuestra mente, sino de nuestra alma. De esto, hay dos secuencias fundamentales en el filme, dos mensajes nada subliminales de Proyas al espectador. La primera, cuando John y Emma hablan en comisaría. A la explicación del asunto por parte de su marido, del tema de los recuerdos “prestados”, ella le contesta algo así como que puede que hayan modificado sus recuerdos, pero no sus sentimientos, que lo que siente por él no se puede manipular. La segunda ya en el tramo final, cuando John le revela al señor Manos que las respuestas que ellos ansían (en referencia a los ocultos), no se encuentran en su cabeza, sino en su corazón.
Digo que este mensaje es engañoso, porque a nivel lírico está muy bien, muy poético si queréis. De acuerdo. Pero con los pies en la tierra y abrazando con esmero a esa buena señora que lleva por nombre cordura (llámese también realidad), esto es, irrefutablemente falso. No hay base científica alguna detrás de semejante argumentación. ¿El alma? ¿Qué diablos es el alma? Vale, según fuentes contrastadas que comienzan por W: El término alma o ánima (del latín anima) se refieres a un principio o entidad inmaterial o invisible que POSEERÍAN los seres vivos y cuyas propiedades y características varían según diferentes tradiciones y perspectivas filosóficas o religiosas. Ese condicional en mayúscula, encuaderna la idea, ilustra la portada con un bonito dibujo de llamativos colores y la guarda en la mesita de noche de la habitación de un niño a la espera de que su progenitor/a se lo lea antes de ir a dormir. Lo que nos define como individuos, lo que dicta lo que somos y lo que podemos llegar a ser, se encuentra únicamente en nuestra mente. Es por eso que en mi opinión, uno de los pocos defectos que he sabido encontrarle siempre a la película, es el poco rigor de su mensaje. Lo cual, no quiere decir que me disguste o que no sepa apreciar la belleza de los versos.
A partir de dicha premisa, Proyas construye un relato oscuro utilizando a otra figura folclórica como aparato motor, la de “el elegido” (si, como en “Matrix”), su nombre, John Murdoch (Rufus Sewell). Y aquí, al igual que en las crónicas de Sión, podemos interpretar el fenómeno en cuestión. Verlo desde sus dos posibles perspectivas, la mística (profética en este caso) o la científica. Yo abogo mucho más por la segunda. Porque para mi, la figura del elegido tan solo responde a la teoría de la evolución de las especies de aquel buen señor de apellido Darwin. John Murdoch, no es ningún elegido, no hay nada divino o místico detrás suyo. No es el “único”, simplemente es, el “primero”. Las especies que se adaptan al medio, son aquellas que sobreviven y de todas ellas, el hombre, el ser humano, es genéticamente el más preparado para ello. Esto es lo que hace Murdoch en la película, adaptarse, aprender la capacidad de sintonizar para sobrevivir (lo mismo vale para Neo).
Con esta capacidad, nuestro hombre hará frente a los oscuros, los “villanos” de la historia. Si, entre comillas, porque en realidad, los ocultos no son tal cosa (villanos, digo), tan solo intentan adaptarse para sobrevivir, es por eso que “Dark City” siempre me ha parecido un relato tan sumamente triste, no hay victoria posible en esta batalla, gane quien gane, el espectador (o al menos aquel, que tenga ALMA) pierde. Ni siquiera, atribuyéndoles a estos por un momento, por un instante, por un descuido, la etiqueta de villanos, así, sin comillas, sería capaz de entender como tal, el supuesto final feliz de la historia. SPOILER Recordemos. Los “malvados” ocultos son derrotados y Murdoch asume el control de la nave, moldeando la realidad a su antojo y conveniencia. ¿Que diferencia hay para el resto de sujetos? Estos seguirán condenados a vivir esclavos de unos recuerdos que no son suyos, de unas vidas que no les pertenecen, seguirán siendo ratas dentro de un laberinto, solo que esta vez, la luz del flexo estará apagada y que una antigua civilización ha desaparecido por completo. Y el bueno de John, convertido ahora en su guardián, en su adalid, en su rey, en su amo, en su dios. Si acaso, es un bonito final para él, que podrá disfrutar de “su” vida como se le antoje. El resto está sentenciado a la esclavitud de sus falsa existencia mientras exista la figura de John, y lo que es peor, a desaparecer con él cuando este lo haga. Lo dicho, triste. FIN SPOILER
Tenemos pues ya dibujados algunos de los elementos claves de “Dark City”: El lugar, la trama, el mensaje, el protagonista... Vayamos ahora con los secundarios, escuderos de lujo para nuestro caballero andante en su utópica travesía hacia la brisa del mar. Tres es el número. Comenzaremos por caballerosidad, por la chica de la historia, Emma Murdoch (Jennifer Connelly). Dicen que no hay luz sin oscuridad y viceversa. Pues si una cosa está clara, es que Connelly es la pequeña brizna de luz en una historia tan oscura como esta, reflejando el brillo de un cielo sin estrellas en su pálido rostro e iluminándolo todo a su paso. Belleza, sensualidad, ternura. Tres también. Tres rasgos intrínsecos de esta señorita que aquí, en contraste con la más absoluta oscuridad, brillan con más fuerza que nunca. Emma es el faro luminoso en medio del mar que guía al navío a buen puerto y le impide estrellarse contra las rocas, la brújula que siempre señala hacia el norte y que mueve los pasos de John, el presunto asesino. Condición que nunca le atribuirá su bella esposa pese a que todos los indicios apunten a ello.
1998. Ese es el año, esa es la mujer. Una Jennifer jovencita, aniñada, mucho más cercana en apariencia a aquella jovenzuela adolescente de
“Dentro del Laberinto” que a la mujer estilizada de hoy. Belleza, sensualidad, ternura y un numerito musical, para el recuerdo.
Es curioso (y permitidme el inciso), como gran parte de las secuencias donde aparece Connelly, están editadas de forma brusca. Da la sensación de como si se hubiesen recortado algunas de estas en el montaje final (y si bien la “director´s cut dice lo contrario), yo siempre me quedaré con ese gusanillo. En especial la parte donde Emma se encuentra con el inspector, todo tan poco desarrollado... sexo animal a cuatro patas, nada de preliminares, ni velas, ni música romántica. Este es otro de los diminutos puntos negros de “Dark City”, no solo en esa parte, también en otras, es como si Proyas hubiese sacrificado partes de diálogo en pos de favorecer el ritmo de la trama, cosa que sin duda, habría conseguido, pero yo, hubiese agradecido algo más de densidad narrativa, algo más de espesante en la mezcla, algo más de relleno en el sostén, aunque solo hubiese sido eso, relleno.
Hecho el inciso, prosigamos por donde lo dejamos.
Otro actor de lujo para otro secundario de lujo: William Hurt como el inspector Frank Bumstead, personaje tipo del cine negro más clásico. Sabueso solitario encargado de la investigación de los supuestos crímenes de Murdoch, que al igual que la ciudad, al igual que la historia, evoluciona de forma considerable a lo largo del metraje, pasando del némesis circunstancial de los inicios a uno de los principales valedores de John y protagonista además, de algunas de las secuencias con más inri de la cinta, como por ejemplo la de los cordones desatados. Junto con la estética de los años 40 y su relación, característica del cine de aquella época, con el personaje de Emma, Bumstead es el encargado de aderezar todas las copas de la velada con ese chorrito de “noir” que contribuye de forma definitiva a la peculiar estética que recrea el filme.
Y para terminar con los lujos, la tercera figura, la de la polémica, la del Dr. Daniel Schreber (Kiefer Sutherland). El guía espiritual de la historia, el topo de New Line Cinema. Este recupera otra figura clásica del fantástico, la del mad doctor. Aliado de circunstancias de los ocultos, poniendo sus bastos conocimientos científicos al servicio de estos, Schreber conspira contra ellos en las sombras (¿donde si no?)para derrocarlos. Por supuesto, y visto lo visto, el personaje interpretado por Sutherland Jr., es un ídem (supuestamente) fundamental para la comprensión de la historia o al menos, para hacerla algo más digerible según algunos.
Por supuesto, dejamos lo mejor para el final, siempre hay que dejar lo mejor para el final. Y lo mejor de “Dark City”, a mi juicio, son los ocultos. Los ocultos esto, los ocultos lo otro... ¿pero quién diablos son los ocultos? Alienígenas. Una raza antigua, muy antigua. Sabia, pero decadente. Víctimas de su propia naturaleza, víctimas de su colectividad.
Las referencias estéticas de los ocultos son bastante evidentes, aquí no hay medias tintas posibles. Desde el Nosferatu de Schreck y descendientes al cenobita común. Aunque para hallar la mayor de todas, tanto en continente como en contenido, tenemos que volver a indagar en el universo “treki”, y viajar concretamente, hasta el cuadrante Delta. Es allí donde encontramos el auténtico origen de los ocultos, pues es allí donde encontramos a sus primos hermanos, los Borg.
De estos, no solo heredan su apariencia física, sino también todos los rasgos que los definen cono raza. El principal de ellos: la colectividad. Muchos al son de una consciencia única, una única voz, un único propósito, un único fin. En “Dark City”, nos cuentan que es precisamente esta colectividad, esta falta de individualidad, lo que les ha llevado al borde de la extinción, motivando así su interés en el ser humano, en el secreto de aquello que lo hace único respecto a sus “iguales”.
En su afán por dicha individualidad, los ocultos, criaturas originariamente de naturaleza arácnida, muy en la línea de las ya vistas en aquella estupenda “The Hidden” (“El Oculto”) que dirigiera Jack Sholder por los derroteros de 1987, intentan asimilar (y esto también es muy Borg) la apariencia humana, utilizando cadáveres humanos como huéspedes u hospedadores, haciendo uso del lenguaje hablado e incluso, otorgándose nombres propios a partir de elementos del vocabulario terrestre ( Sr. Mano, Sr. Libro, Sr. Muro, etc...). Destacar a dos de ellos: Sr. Libro y Sr. Mano (Richard O´Brien). El primero, neo líder y voz sonante del colectivo. El segundo, auténtica némesis de John Murdoch, oculto que es inyectado con sus recuerdos con el fin de poder darle caza y figura que pone rostro y amplifica de paso, el mensaje de la cinta, el mensaje de que lo que nos hace ser como somos, no se encuentra en el interior de nuestra mente (ver condicional en mayúsculas).
Y esto, es mas o menos y a grandes rasgos, lo que da de si la pequeña mente de alguien tan cortito como el que suscribe para hablar de una obra tan grande como esta, magnífico ejercicio de existencialismo vestido de ciencia ficción y con perfume de cine negro que solo podía firmar un talento como el de Alex Proyas. Una película de culto y visionado obligado para cualquier amante del cine fantástico. ¿SINTONIZAS?
Bonitos recuerdos (aunque no sean míos): La historia, la estética, la banda sonora, el ritmo y su omnipresente oscuridad a todos los niveles.
Recuerdos traumáticos de infancia: Su mensaje, carente de validez (a nivel científico) más allá de sus propios límites, su escaso metraje, cierta brusquedad en el montaje y la poca fe de New Line Cinema en la inteligencia del espectador.