miércoles, 15 de junio de 2016

Crítica: Las Garras de Lorelei

En esta misma tendencia encontramos una de las películas más alejadas de los mitos explotados en los años 70 por el género de terror español, y cuyo artífice, Amando de Ossorio buscó en las monsters movies de los años 50, la premisa perfecta para realizar Las garras de Lorelei (1974).

Esta película presentaba ese gusto por lo pulp que tanto apreciaba el cineasta gallego, arropado por una historia folclórica germana que remitía claramente a films como La mujer y el monstruo (Creature from de Black Lagoon, 1954; J.Arnold), La mosca (The fly, 1958; K.Neuman) o El barón del terror (1961; C.Urueta) por mencionar algunos de los millares de ejemplos sobre monsters movies que podemos encontrar en la historia del género de terror. Asimismo, la leyenda de Lorelei tiene algunas variantes, cuya primera fuente relataba que en el valle del Rhin, Lorelei era traicionada por su amado por lo que decide poner fin a su vida, tirándose desde un acantilado del valle. Posteriormente el halo romántico fue sustituido por la presencia en las aguas del Rhin de una sirena llamada Lorelei, que después de ser traicionada por su amado atrae con sus cánticos a los barcos y los conduce a la muerte; encontrando una alusión a la leyenda en la novela Godwi (1802) de Clemens Brentano.

Cabe recalcar la falta de pretensiones de Ossorio a la hora de erigir un film a partir de la anécdota que supone la leyenda de Lorelei, ya que convierte en una bella mujer en un extraño monstruoso de aspecto reptiliano siguiendo las pautas de metamorfosis que sufría el mito del Hombre-lobo y enriqueciendo la trama con un aire pop muy característico del director, y la predilección por usar unos clichés en este tipo de producciones: mujeres en biquini, mucha sangre, vísceras y un palpable erotismo. Lo que nos vuelve a sorprender es la correcta inventiva para resolver todos aquellos defectos que se predisponen a surgir por falta de presupuesto; el maquillaje sin ser de los mejores es aceptable gracias a la labor de José Luís Morales, que se vio respaldado por un buen uso de la iluminación que difuminaba el rudimentario aspecto de la bestia y le confería un halo de extrañeza que ayudaba a las apariciones del monstruo; algo similar sucedió en los efectos especiales de Alfredo Segoviano que fueron sencillos pero eficaces y la música de Antón García Abril -que ya había trabajo para Ossorio en La noche del terror ciego (1970)- consiguió ser evocativa en ciertos pasajes del film, pero lastrada por el uso de música pop en las ocasiones que Lorelei no aparecía.

Se persiste en la fórmula arquetípica de las monsters movies y su línea premisa argumental: a pesar de tener el referente de la leyenda de Lorelei, se teje un argumento sobre los asesinatos de una bestia, a los que va unida una trama policial y la búsqueda de la criatura para cazarla y destruirla -un arquetipo que podría englobar al mito del Hombre-Lobo ,Drácula o Frankenstein-.Para ello y dadas las características del film de Ossorio, se reúnen una serie de actrices para desfilar sus encantos delante de la pantalla: Silvia Tortosa, Loreta Tovar o Josefina Jartin, junto a Helga Line como bella Lorelei y finalmente el arquetipo de hombre dominante, interpretado por Tony Kendall que protegerá a las mujeres y las salvará de la bestia. Todo es sencillo y directo, por lo que el film bascula entre la ambientación conseguida y los tramos diurnos de ambientes discotequeros que no hacen más que diluir el poco contenido estético que se suceden con las apariciones de la bestia, dando a entender la clara vocación de serie B que destila el film.

Los recursos de Ossorio fueron bien limitados, con luces y sombras que tapan los defectos de la película, junto a unos trucajes que siguen la tónica de este tipo de realizaciones;aunque son destacables los momentos de tensión en los que sabiendo el paupérrimo maquillaje de la bestia, se proponían planos de algunas zonas de ésta o lo que es aún mejor, el uso de planos subjetivos en los que la cámara es la propia bestia, siendo testigos de los asesinatos en primera persona; una característica que ya pudimos ver en El fotógrafo del pánico (Peeping Tom, 1960; M.Powell) y Psicosis (1960), y posteriormente en films de monstruos o animales peligrosos como atestiguan los planos subjetivos del ataque de un escualo en Tiburón (Jaws, 1975; S.Spielberg) o en Piraña (Piranha, 1978; J.Dante), destacando el uso de este recurso en el subgénero de asesinos en serie y el slasher como ocurrió en La noche de Halloween (Halloween, 1978; J.Carpenter); y en este caso Ossorio demostró su conocimiento, adelantándose a otros films de mayor relevancia del género de terror.

A pesar de todo, Las garras de Lorelei (1974) pertenece a ese amplio grupo de películas que demostraban como suplir sus deficiencias presupuestarias y su dependencia a las constantes canónicas del género de terror, perdiendo todo atisbo de originalidad o de intento de reinterpretación de las mismas, siendo una fraguada aproximación a un subgénero poco habitual en nuestra cinematografía, en la que podemos observar algún intento de personalidad de Ossorio pero muy por debajo de sus posibilidades, como destacaba Ángel Sala:

“La filmografía de género de Ossorio no se agotó en este periodo con la tetralogía de los templarios.Así, 'Las garras de Lorelei' (1973) reciclaba varias leyendas del folklore germano para crear un híbrido propio del fantaterror de la época lleno de actrices de buen ver Helga Liné, Silvia Tortosa o Loreta Tovar) y un clímax final de tonos aventureros tan delirante como divertidísimo que hubiera dado mucho más de si con algo más de presupuesto, eterno problema en las películas del director gallego.(...)Tras convertirse en director de culto para cientos de aficionados europeos a los subgéneros gracias a la primera entrega de la saga de los Templarios -La noche del terror ciego (1972)-, el gallego Amando de Ossorio firma su película más exótica, sugerente y atrevida: 'Las garras de Lorelei'. (…) Con semejante argumento, un presupuesto más bien escaso y unos efectos especiales encantadoramente rudimentarios, Ossorio se las apañó para realizar uno de los films más kitsch del “terror de pipas” español (…) Para los más curiosos, la película tuvo que sufrir los rigores económicos de toda serie B que se precie.Por falta de presupuesto, Ossorio no pudo rodar varas escenas previstas en un principio.(...)”


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